por Dita Delapluma
A duro la preferente.
El encanto que tiene un taxi, jamás podrá tenerlo un autobús, ni el tren, ni el metro por mucho que se esfuercen. No sólo por la comodidad de que te lleven de puerta a puerta como un señor, sino por todo lo que de romántico, costumbrista -y por lo tanto lleno por igual de cosas hermosas que de cosas horribles-, atractivo y sórdido que tiene la figura de alguien que se pasea durante horas y horas por las calles de una ciudad, que se convierte en involuntario espectador de miles de historias cada día, y que la conoce como sólo puede conocerla alguien que no sólo vive en ella, sino DE ella. Es lo que le sucede a Travis Bickle, protagonista de nuestra cinta de hoy, Taxi driver.
Travis, ex marine, acaba de volver de la guerra de Vietnam entero sólo en apariencia. Como sufre de insomnio crónico, decide hacerse taxista nocturno y conoce a Iris, una jovencísima prostituta de sólo trece años de edad (Jodie Foster, que tenía la misma edad que su personaje). El asqueroso submundo del proxenetismo y la violencia le repugnan, y le llevan a pensar que es una especie de elegido para combatirlas, lo que le llevará a emprender una cruzada de dramáticas consecuencias.
Tremendamente atrevida y rompedora para su época (y precisamente por eso hija de la misma, que para eso estábamos en los setenta), Taxi Driver se convirtió en una cinta de culto en muy pocos años, llevando al estrellato a sus protagonistas (de acueeeeeeerdo, de Niro ya era una estrella, ¿contentos?), se hizo acreedora a varios premios, de los que logró la Palma de oro en Cannes en el 76, y está considerada una de las mejores películas de todos los tiempos. La escena del espejo «¿me estás hablando a mí?», se ha convertido en un icono de la cultura pop que todo el mundo reconoce, aunque no haya visto la película. Error que recomiendo que sea corregido con la mayor celeridad posible.
